" Perdido en China: quinta etapa

Perdido en China: quinta etapa

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Tras 55 horas de vuelo hasta Corea, luego de pasar 5 días realizando testeos PCR y perdiendo vuelos y tras unas pocas horas más de avión, por fin llegamos a la República Popular China. Aunque el destino original era 杭州 Hángzhōu, tras perder el vuelo fue necesario reconfigurar la ruta e ingresar por 广州 Guǎngzhōu, parafraseando al primer ministro 周恩来 Zhōu Ēnlái (1898-1976) cuando le preguntaron su opinión sobre la Revolución Francesa, al perder el vuelo “todavía era muy temprano para saber si eso era algo bueno o malo”. 

Los 6 días de viaje comienzan a sentirse.

Toda oportunidad es buena… para ver cine chino

El avión con destino a China tenía normas sanitarias mucho más estrictas que las de cualquier otro vuelo del viaje. Antes de abordar, el personal nos advirtió que debíamos llevar el barbijo puesto en todo momento y que solo se nos estaba permitido quitárnoslo para beber o comer. A diferencia de la mala experiencia en el vuelo Brasil – Qatar, en el que varias personas se quitaron el barbijo y hasta me tosieron encima, en este vuelo todos fueron muy respetuosos de la normativa, probablemente porque un pequeño descuido podría provocar el contagio de Covid-19 y llevarnos a estar algunos días en el hospital y a alargar nuestra cuarentena. Además, entre pasajero y pasajero había un asiento vacío, para respetar un mínimo distanciamiento social. Fue una suerte que todos respetaran el uso de barbijo y el distanciamiento, ya que como descubrimos más tarde, había un pasajero asintomático. 

Como el vuelo era relativamente corto, daba el tiempo justo para mirar alguna película y que esta no fuera interrumpida por las maniobras de ascenso o descenso. El catálogo de cine chino de Korean Air no era nada malo e incluía algunos clásicos y varias películas relativamente nuevas que ya hemos reseñado como我和我的祖国 Wǒ hé wǒ de zǔ guó, Mi gente, mi país (2019) o 长津湖 Chángjīn hú, La batalla del lago Chángjīn (2021). Para afrontar con algo de humor el último vuelo planificado elegí el filme 李茂扮太子 Lǐ Mào bàn tài zǐ, Lǐ Mào viste de príncipe (2022), estrenada en inglés como Another me, Otro yo. El actor principal del filme es 常远 Cháng Yuǎn, a quien conocemos muy bien por la gran serie 风起陇西 Fēng qǐ Lǒngxī, El viento sopla desde Lǒngxī (2022), donde realiza un papel espectacular, siendo divertido, pero no grotesco, llamando la atención por su actuación, pero sin sobreactuar. 

El divertido personaje de 孙令 Sūn Lìng, interpretado por 常远 Cháng Yuǎn en la serie 风起陇西 Fēng qǐ Lǒngxī, El viento sopla desde Lǒngxī (2022).

La película 李茂扮太子 Lǐ Mào bàn tài zǐ, Lǐ Mào viste de príncipe (2022) tiene una premisa sencilla, un príncipe heredero y un funcionario del rango más bajo comparten el parecido físico. El príncipe sueña con abandonar el palacio y vivir la realidad, mientras que el pequeño funcionario sueña con escalar en los cargos públicos y poder disfrutar de un mayor estándar de vida. Cuando se conocen deciden cambiar papeles por unos días para cumplir sus sueños, y a raíz de esto surgen divertidas situaciones cómicas cuando cada uno descubren las cosas buenas y malas de la posición del otro. 

El filme no es especialmente bueno, y aunque tiene sus momentos, no es tan divertido como nos tiene acostumbrados el cine cómico chino. 常远 Cháng Yuǎn realiza un papel muy parecido al que tiene en la serie de 2022 y consigue destacar un poco por su habilidad de interpretar a dos personajes principales a la vez. Aunque no recomendaremos este filme, puede resultar interesante para los amantes de las comedias más sencillas que deseen practicar su chino, ya que los diálogos son muy sencillos por norma general. Aunque se utiliza mucho vocabulario relacionado con cargos imperiales y palabras para indicar respeto a los superiores, que hoy en día están en desuso, gran parte de la broma de la película es que los diálogos están escritos con modismos actuales. 

Durante el vuelo se nos ofrecieron pequeñas botellas de agua, pero no se sirvió una comida normal, a pesar de que por el tiempo de vuelo y el horario correspondía. Tan solo se nos ofreció un sándwich de pan blanco, que rechacé amablemente por ser de carne.

Amigos de China

Tocar tierra en el país del Río Amarillo fue uno de los momentos más emocionantes no solo del viaje, sino casi en los últimos 3 años. Tras una pandemia, después de despedir a familiares y amigos que se han ido para nunca volver, clases en línea a horarios horrorosos, problemas de conexión, una espera que se hizo eterna y un importante desembolso económico, por fin China desde el Sur se encontraba nuevamente en China. Aunque tocar tierra era una buena señal, todavía había que cotejar que toda la documentación estuviera en regla, dar negativo en Covid-19 y comprobar que el equipaje hubiera llegado entero. 

El personal del avión nos comentó que deberíamos esperar sentados hasta ser llamados. Preparé todas mis cosas esperando el momento de por fin bajar e imaginaba que, al igual que en otros vuelos ordenados, bajaríamos en orden, desde los que se encontraban más delante hasta los que estaban al fondo del avión. Sin embargo, al poco tiempo los parlantes empezaron a llamar a pasajeros por su nombre y personas ubicadas en diferentes partes del avión comenzaron a descender. Gigantesca fue mi sorpresa cuando, con un acento coreano muy fuerte y con gran dificultad, se pronunció mi complejo nombre en español por los parlantes. Había sido seleccionado para descender entre los primeros. Tal vez tener buenas relaciones bilaterales es una de las claves para recibir un mejor trato… o tal vez simplemente nos estaban dividiendo según el destino final, la nacionalidad o el país de origen, nunca lo sabremos, pero mi felicidad era incalculable: solo quería bajar del avión. En otra circunstancia habría besado el suelo como Cristóbal Colón, pero no parecía una buena idea desde el punto de vista sanitario. 

Trámites

Bajamos a la pista de aterrizaje, y un sol radiantes y 38 grados de temperatura me golpearon en el rostro. Tras haber pasado frío envuelto en el poncho en diferentes aeropuertos y aviones, el clima húmedo y cálido de 广州 Guǎngzhōu no me sentaron especialmente bien. Abordamos un pequeño transporte de pasajeros y tras llenarse comenzamos a recorrer el aeropuerto. Por fortuna el pequeño vehículo tenía algo de aire acondicionado, pero no era suficiente para evitar al molesto sol, que picaba sobre la piel. 

Tras un buen rato de viaje, arribamos a una terminal, donde el personal de policía aeroportuaria, vestida de pies a cabeza con trajes blancos de plástico médico, nos indicó que entráramos. Si yo tenía calor con el poncho al hombro y el pesado barbijo N95, aquellas pobres almas al sol cubiertas de plástico debían estar pasando un infierno. No obstante, es mejor tener un pequeño golpe de calor y deshidratación que infecciones recurrentes de Covid-19. El trabajo de estas personas es muy valorado en China y se merecen toda nuestra admiración y reconocimiento, por esta razón siempre hay que tratarlos con el mayor respeto posible e intentar evitarles problemas, ya bastante tienen con su pesado trabajo. 


Ingresamos a una pequeña terminal, que en su día fue un animado centro de intercambio, con tiendas de todo tipo. No obstante, ahora las tiendas estaban cerradas y tapiadas, los asientos estaban cubiertos y una fina capa de un polvo blanquecino cubría el piso. A partir de este punto no me fue posible continuar grabando y tomando fotos, ya que iniciaban formalmente los trámites de ingreso al país, área donde está prohibido tomar imágenes. El aspecto de la terminal era algo triste, casi post-apocalíptico. Una casa de té cerrada, una tienda de recuerdos tapiada, un pequeño mercadito de comida china vacío. Era la zona para recibir a los viajeros y no había forma de ofrecer servicios de forma segura. El polvillo blanco era el resultado de unos fuertes desinfectantes que el personal continuamente rociaba sobre el piso y las superficies que tocábamos. A pesar de todo, el área estaba aclimatada, había baños, un área para servirse agua fría o caliente, asientos para esperar cómodamente y mucho personal aeroportuario para ayudarnos. 

Aspecto del aeropuerto en situación normal.

Tras hacer una larga fila llegamos a unas computadoras con aspecto similar a cajeros automáticos de un banco. Entre los diferentes idiomas se podía seleccionar inglés (español no estaba disponible) y la máquina me guío para ingresar mis datos personales, los datos del vuelo y se me pidió que colocara mi pasaporte en un pequeño escáner. Empero, el escáner dio un error y un papel me pedía que contactara con el personal. Al indicarle al oficial aeroportuario más cercano el problema, rápidamente se puso nervioso y me pidió que hablara con otra persona, ya que él no hablaba inglés. Cuando le demostré, no sin cierta dificultad ya que mi chino estaba algo oxidado, que podía entender y responder en su idioma se relajó y me pidió que esperara sentado hasta que otro oficial pudiera asistirme.

Tras una pequeña espera junto a unas mujeres muy ancianas y unos cuantos campesinos chinos, los únicos que habíamos tenido problemas para utilizar las computadoras, empezaron a llamarnos uno a uno para guiarnos en el uso de la computadora. Una de los oficiales se demoró con una señora que hablaba cantonés y discutían sobre los datos que tenía que ingresar. Como había una computadora libre volví a probar y esta vez salió todo en orden. Aparentemente había colocado mal el pasaporte en el escáner. La computadora me devolvió una pegatina con un código QR y mi nombre.

Pasaporte con la famosa pegatina del QR.

Avancé unos pasos dejando el área de las computadoras y descubrí que no había a donde ir. Todas eran puertas de embarque cerradas. En el área había 4 abuelas, una con un bastón de madera, discutiendo sobre los códigos QR. Les pregunté a dónde había que ir y me dijeron que estaban allí esperando a otra abuela y que no sabían. Pregunté a un oficial aeroportuario y me indicó que saliera por una puerta de embarque… como si fuera subir a otro avión. Luego de sostener la puerta para dejar pasar al corrillo de abuelas chinas, me apresuré a adelantarlas y ver que había más adelante. Salimos por una manga de abordaje conectada a otra que nos permitía bajar. Entramos a otra zona de la terminal donde más oficiales comprobaban los pasaportes y las pegatinas. Allí nos pidieron que pegáramos las pegatinas en la parte de atrás del pasaporte, de esta forma, al escanearlo, el personal recibía automáticamente toda la información, sin necesidad de mirar cada una de las páginas del pasaporte. Una de las abuelas se pegó el código QR en el brazo y me alegré de no ser el extranjero que nunca entiende nada, una figura típica en China sobre la que hay comedias enteras. Las otras señoras la ayudaron a colocar el código donde correspondía y continuamos.

Accedimos a una zona muy limpia, moderna y minimalista. Se trataba de un pequeño hospital creado en un área de intercambio del aeropuerto. Todo estaba optimizado para facilitar la limpieza, la desinfección y el tránsito. Allí, pasamos uno a uno por una de las varias pequeñas oficinas, nos escaneaban el código QR y se nos realizaba un test de Covid-19, el primero de muchos en China. Había un estricto protocolo, había que esperar fuera de la pequeña oficina hasta que saliera la persona anterior, esperar a que el enfermero desinfectara la zona, se desinfectara las manos y luego podíamos pasar. Cuando le pregunté, me confirmó que sería un test bucal en lugar de nasal, cosa que mi nariz agradeció. Un segundo después pude continuar.

Tras atravesar un largo pasillo con grandes afiches de agradecimiento a los médicos que lucharon en la primera línea de defensa contra el virus, llegamos al área de migraciones. Allí hicimos todos fila durante unos minutos que se hicieron eternos, aunque fue muy poco tiempo realmente. Mi fila se retrasó unos cuantos minutos porque una madre coreana que estaba justo delante de mi no tenía toda su documentación en regla y fue necesario llamar a más oficiales de migraciones que hablaron con ella en coreano y le pidieron algo más de información. Por fortuna, migraciones en China es muy tranquilo, y siempre trataron a esta madre con mucho respeto y cordialidad, al otro lado de migraciones su esposo y su hijo adolescente ayudaban.

Cuando por fin me llegó el turno, entregué el pasaporte, me pidieron que me removiera el pesado barbijo para comparar la imagen y tomar una fotografía. Además, había que colocar las huellas digitales en una máquina, que sorprendentemente hablaba un español muy fluido. Nuevamente, aunque lo recomendables es hablar un mínimo de la lengua del país que uno va a visitar, estos pequeños gestos siempre son muy bienvenidos porque son más un gesto de amistad y bienvenida que una verdadera ayuda para realizar los trámites. Ya habíamos viajado a China en varias ocasiones anteriores, tanto como estudiantes y como turistas, así que en una pequeña carpeta con divisiones llevaba copias de absolutamente toda la documentación, además de originales. Tenía cartas de la universidad, comprobantes de estudiante, copias de los certificados de vacunación, un seguro de salud, información de contacto de la universidad, todos los comprobantes del recorrido y mil cosas más. Normalmente en migraciones de China suelen querer ver la documentación, tan solo para asegurarse de que está todo en orden. No obstante, tras la foto y las huellas digitales, el oficial me indicó que me colocara desinfectante en las manos y me devolvió con ambas manos el pasaporte (un gesto de amabilidad). Oficialmente había ingresado a China.

Aspecto del aeropuerto en la zona sin restricciones sanitarias.

Patagónica

A pesar de que entre un trámite y otro ya habían pasado casi 2 horas desde el arribo, cuando bajé al área para recoger la maleta, mi valija todavía no había llegado. Por lo tanto, no lamenté la espera debido al problema con la computadora del código QR o lo que tardó la madre coreana en migraciones. Uno de mis mayores miedos era que la valija despachada no llegara. Esto era en parte porque si había quedado atrapada en algún lugar no sabía como debía proceder para que me la enviaran al hotel de cuarentena y en parte porque en el último viaje a China la valija llegó 3 días después, 3 días en los que no tenía ropa para cambiarme, ni toalla para secarme ni prácticamente nada de lo que me había llevado, ya que en un vuelo anterior había tenido que quitar todos los objetos importantes de la valija de cabina por un inconveniente que ya tendremos tiempo de narrar en otra ocasión.

Tras esperar unos cuantos minutos con gran tensión, apareció una gran valija marrón, con la bandera celeste y blanca, diseños de pingüino y ballena franca austral y un logo de la ruta 40, una de las dos grandes rutas de la Patagonia Argentina. La recibí casi con un abrazo, y como comprobé más tarde, con todo en su interior en perfectas condiciones, aunque un poco desinfectadas. 

Un enigmático coreano y el viaje al hotel

Tras salir empujando un pequeño carrito con las valijas, el personal nos indicó que camináramos hasta el final de la terminal. A pesar de estar dentro del país, la terminal continuaba teniendo el mismo aspecto que antes: tiendas cerradas y tapiadas, asientos cubiertos con fundas para evitar el polvo y personal que rociaba desinfectante en el suelo y las barandillas. Caminé 500 metros hasta llegar a una zona donde se formaba una fila. Paré un poco antes para tomar el agua que me habían dado en el avión, ya que el calor se sentía a pesar del aire acondicionado y hacía horas que no bebía agua. Al verme, un coreano muy alto en sus cincuenta que estaba al final de la fila comenzó a reír y me preguntó cómo estaba. Le dije que para mi gusto era mucho calor y que prefería el frío del Noreste de China o el Sur de Argentina. Mientras hacíamos la fila, pasamos el rato charlando, me contó que era de Busan y que hacía más de 30 años que trabajaba y vivía en China. Como comprobé más tarde, tenía un chino casi nativo y manejaba con soltura vocabulario de la calle, pero a la vez muy erudito utilizando constantemente 成语 chéngyǔ. El hombre estaba muy interesado en conocer más sobre mí, ya que me dijo que no conocía a ningún latinoamericano y no me contó mucho de su trabajo. El destino nos volvería a juntar sorpresivamente, mostraría ser una persona muy amable y humilde y descubriría que estaba frente a una pequeña eminencia, pero eso ocurrió más de 10 días después.

La fila se formaba porque había dos controles de pasaporte. Dentro de dos “peceras de cristal”, el personal del aeropuerto ataviadas con el traje médico blanco, escaneaban dos veces el código QR antes de permitirnos salir. Cuando pudimos salir, comprobamos que nos esperaba un pequeño autobús. En ningún momento se nos informó a dónde iríamos, cuanto costaría la cuarentena o cuanto tiempo tardaríamos, pero sinceramente nadie parecía interesado en el tema, ya que no había elecciones posibles y todos queríamos llegar cuanto antes. Mientras subíamos las valijas al área de carga del autobús, el personal del aeropuerto nos regaló a cada uno un barbijo N95 que debíamos colocarnos. Justo me correspondía el recambio de barbijo, así que agradecí el gesto. Además, el barbijo nuevo era mucho más liviano y adecuado para el calor y la humedad del lugar.

Fuimos el señor coreano y yo en la parte de atrás del autobús conversando y disfrutando del aire acondicionado. Nos alejamos del aeropuerto y nos internamos en áreas rurales hermosas, donde tractores trabajaban la tierra y donde se veía a campesinos con ropas tradicionales chinas limpiar y empacar frutas a la sombra de unas estructuras de bambú. Aunque el trabajo de campo es pesado y cansador, la imagen era casi idílica, con los verdes de las plantas dominando el paisaje y los colores vivos de las ropas tradicionales y las frutas. Lamentablemente no pude tomar fotografías, porque pasamos a gran velocidad y porque las ventanas del autobús estaban algo percudidas por el continuo desinfectante que le colocaban en cada parada, al que se adhería con facilidad el polvo. Cuanto más pasa el tiempo, más evidente es la mejora de las condiciones de vida en las zonas rurales chinas, que poco a poco se están transformando en lugares más deseables para vivir que muchas grandes ciudades. Es una pena que en este viaje no pudiéramos visitar ni el campo ni la ciudad en la provincia de 广东 Guǎngdōng. El clima tropical crea paisajes hermosos y las ciudades son ricas en historia de finales de la dinastía 清 Qīng (1636-1912 e.c.), con casas, museos y monumentos de verdaderos héroes nacionales que defendieron las fronteras de las invasiones británicas, francesas y japonesas, y áreas donde se llevaron a cabo importantes reuniones que dieron lugar al nacimiento de la República Popular China. Guardaremos toda la información para una futura visita. 

广州 Guǎngzhōu, una moderna ciudad que respira historia.

Hotel de cuarentena

Llegamos tras una hora de viaje a un área descampada gigantesca en la que se erigían unos edificios de 4 o 5 pisos todos iguales conformando una pequeña ciudad. Era el 广州市国际健康驿站 Guǎngzhōu shì guó jì jiàn kāng yì zhàn, Estación de salud internacional de la ciudad de Guǎngzhōu. La zona era preciosa, frente a unas pequeñas colinas, rodeadas de verde y donde se respiraba un aire puro. Con solo ver la entrada principal al complejo se intuía que se trataba de uno de los mejores hoteles de cuarentena del país.

Entrada del complejo.

El autobús pasó 30 minutos esperando para entrar al complejo, ya que solo se permitía un ingreso cada vez. Luego ingresamos y tras recorrer unas pequeñas calles, tuvimos otra espera más a unos pocos metros del edificio donde finalmente nos alojaríamos. Mi compañero coreano comenzó un poco a perder la paciencia, pero conmigo siempre fue muy amable y nunca faltó el respeto a nadie, aunque estaba visiblemente irritado. Todos queríamos finalmente llegar a la habitación donde comer y descansar. La espera era larga porque hasta que el autobús anterior no se vaciaba y todos los pasajeros eran llevados a sus habitaciones, no podíamos descender nosotros. Todo esto pensado para que no hubiera contactos entre diferentes pasajeros.

El internet gratuito llegaba al autobús y aproveché para enviar mensajes a familiares y amigos avisando de que habíamos llegado. Además, leía algunos comentarios en China desde el Sur, de las personas que seguían el viaje por redes sociales. Al conectarme a internet accedía a una web de registro, donde descubrí que ya me habían asignado habitación y podía ver fotos y leer un poco sobre el servicio. Todo parecía muy bien pensado. A diferencia de realizar la cuarentena en un hotel tradicional, uno donde los viajeros se hospedan habitualmente, ese hotel fue construido específicamente para realizar cuarentenas, y por tanto contaba con comodidades que rara vez se ven en un hotel que está solo pensado para ir a dormir en la noche y guardar las maletas. 

Al bajar del autobús escanearon mi código QR y me entregaron un papel con el número de habitación. Finalmente, tras casi una semana de viaje, podíamos decir que todo había salido razonablemente bien. Ahora era solo cuestión de tiempo y paciencia para finalmente llegar a la hermosa 长春 Chángchūn, a más de 24 horas de distancia en tren de alta velocidad en dirección Norte. Si todo salía bien, en 24 días podría finalmente mudarme a la residencia estudiantil y comenzar las clases y la producción de contenido de cultura china pero, sobre todo, concluir este viaje, digno de Marco Polo. 

Revisando el manual de usuario, completamente en chino.


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